Cuando la naturaleza no tiene todas las respuestas
Ser mujer, el deseo de un hombre
Roberto de 33 años actualmente es mujer, sí mujer, se cambio de sexo hace aproximadamente 10 años y se ha sometido a múltiples operaciones con el fin de convertirse en la mujer que siempre quiso ser
Roberto Gómez no fue un niño común, no le gustaban los carritos, las bicicletas, ni las peleas. Cuando le regalaban un juguete de varón; una moto, un carro o alguna figura de acción él enseguida lo guardaba en un baúl y nunca más lo sacaba.
Su padre siempre preguntaba que estaba mal con su muchacho y en ocasiones culpaba a Fernanda, la madre de Roberto, por sobreprotegerlo, y le decía que si seguía así su hijo de varón no tendría nada.
Roberto nunca se sintió augusto consigo mismo y tampoco le gustaba jugar con otros niños, por lo tanto fue solitario, un niño que le guardaba grandes secretos a sus padres.
Cuando se quedaba solo le gustaba jugar con la ropa de su mamá, se maquillaba y usaba tacones, se sentía libre, sólo cuando no había nadie en la casa, él podía ser quien quería ser.
Cuando tenía 10 años su papá lo descubrió con la boca pintada y usando los tacones de su mamá, Roberto nunca olvidará la cara de asco y la paliza que le dio su padre esa noche. Su madre no le dijo nada, sólo lo abrazó hasta que él se quedó dormido.
Después de ese día el padre de Roberto lo inscribió en Karate, fútbol y béisbol, le compraba carros, espadas y pistolas de juguetes, y se sentaba en el mueble a vigilar que Roberto jugara como el varón que debía ser.
A los 14 años Roberto no tenía novia y no mostraba indicios de querer tenerla, su padre decidió llevarlo a un prostíbulo para que estrenara su hombría. Cuando se vio enfrente de esa mujer semidesnuda, con olor a alcohol y a la mezcla de perfumes de todos los clientes de esa noche, sintió varias arcadas, pero al ver que su padre lo observaba, siguió a la mujer que le llevaba unos 30 años y sin embargo se contoneaba como una joven de 20.
La habitación olía a rancio, no había muestra alguna de limpieza y se escuchaban gemidos y gritos a través de las paredes. Roberto temblaba y esa mujer lo veía como hurgándole el alma. “¿Tienes miedo?” le preguntó la mujer de cabello castaño y voz ronca. “Sí…no, no sé” Fue lo único que Roberto atinó a decir. “Tu padre me contó que quiere que seas un hombre, pero ¿acaso no lo eres? – El joven bajo la mirada- ah…ya veo, no te gustan las mujeres ¿Verdad?, te propongo un trato, te dejo jugar con mis vestidos y mi maquillaje, si me dejas dormir un poco y cuando salgamos le decimos a tu padre que eres todo un macho vernáculo en la cama, ¿te gusta la idea?“
Marián, así se llamaba la prostituta, se convirtió en la única amiga de Roberto, ella dormía y roncaba, mientras él jugaba horas con vestidos estrafalarios, zapatos altos y maquillaje. Ambos salían de la habitación con una sonrisa de satisfacción, cada semana repetían el mismo ritual, el padre de Roberto se sentía orgulloso del varón que tenía por hijo.
Así pasaron los años, aumentó la complicidad entre Roberto y Marián. Cuando él cumplió 18 años abandonó su casa sin explicaciones, sus padres discutían mucho y él era el motivo, decidió no saber nada más de sus padres.
Roberto se fue a vivir al prostíbulo, cuando había actividad él se escondía en cualquier cuarto, en el día cuando los clientes se habían ido él se encargaba de la limpieza y del orden y con eso se ganaba algo de dinero. Marián lo trataba como a un hijo, después de muchas conversaciones acordaron reunir entre los dos para que Roberto pudiera cambiarse de sexo.
A los meses ya no se llamaba Roberto, su nombre era Fernanda, y poco a poco fue aprendiendo el oficio según las instrucciones de Marián, conforme ganaba dinero él iba reuniendo para operarse los senos, moldearse la cintura, para comprar hormonas, para ser la mujer que siempre quiso ser.
Era bella, sólo sabían su historia sus compañeras de trabajo y acordaron mantenerlo en silencio. Pasaban los años y Fernanda se hacía la más solicitada por los clientes.
Una noche llegó un hombre, casi anciano, quería acostarse con la mujer más solicitada del lugar para probarle a todos que aun poseía la vitalidad de un macho, la mujer más cotizada del lugar era Fernanda, cuando llegó ante aquel hombre enseguida reconoció los ojos de su padre.
El hombre la miraba con morbo, casi se babeaba, y sin pedir permiso comenzó a manosearla, ella se encontraba rígida como una estatua, por su rostro caían lagrimas de dolor, decidió sujetarle las manos aquel viejo verde y él con ojos asombrados le preguntó qué le pasaba, Fernanda sólo le dijo “Hola papá”.
Aquella noche llegó al lugar una ambulancia sin mucha prisa, los paramédicos montaron en la camilla un hombre al que taparon con una sábana blanca, había muerto de un infarto, al irse los paramédicos comentaban que hay quienes mueren de placer.
Fernanda no sintió culpa o dolor, ella era feliz por cumplir su mayor deseo, ser mujer.
DERECHOS RESERVADOS GABRIELA TORO
Este trabajo lo escribí para la cátedra Periodismo Literario
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